sábado, mayo 30, 2009

Secretos de la Gran Laguna


Al leer un aforismo, Rogelio comenzó a repetirlo en su mente, silencioso, retraído “Nadie nos pertenece… salvo en el recuerdo”

Atardecer veraniego de febrero “... Salvo en el recuerdo”.

Era un hombre, Rogelio, cautivo del amor, creyente en él como único generador de felicidad. Amor de dar, de ir sembrando cada día, sin mirar el estado del tiempo. Si hacía frío o calor, días ventosos o serenos, con lluvia o sequía.

_­Las semillas desparramadas brotarán, _solía decir Rogelio a quien lo quisiera oír_ si el suelo es fértil y la época propicia. Morirán cuando infecunda la tierra no incube los óvulos maduros que arrojé.

Enamorado de la naturaleza, repensó el aforismo “Nadie nos pertenece…” Preguntó_ ¿De quién es el aire, el agua de la laguna y de los ríos, la sal, los árboles, los animales salvajes y los domésticos? _ ¿Quién podría responderle a Rogelio? Descorazonado por la torpeza colectiva, huyó, como tantas veces. Era su costumbre refugiarse a la orilla de la mar salobre. Algún pueblo originario la llamó Ansenuza, de sus aguas no beben los humanos, ella existe para algarabía de centenares de especies animales. Su requiebro llenó el espíritu de Rogelio de ternura, en días calmos o sosegadas noches, con olas suaves como arrumacos. Las tempestades, que agitan sus aguas con peligrosa ferocidad, impusieron a Rogelio miramientos y cautela.

Ese atardecer de febrero, llevó a Rogelio a soñar sobre la arena, junto a la mar, lejos de las ruindades humanas y de la apatía social. Reposada tarde con una oración que se presentaba en tonos ocres, rojizos y dorados alrededor de oscuras nubes. El sol se perdió en lontananza. Los temores más graves que aprisionan a Rogelio están encerrados en el aforismo, de allí surgen más preguntas: ¿Seguirán los pavoneos de los opulentos? ¿Triunfará la insensatez, la práctica de la histeria y la prédica del desamor? ¿Los opulentos ambicionarán doblar sus bienes, mientras los pobres laburantes doblan el lomo? ¿Superará la idiotez, la incultura y la ignorancia a la preclara sensatez del esclarecido?

Cualquiera podría haber dicho que la costa era un lugar silencioso, nada más erróneo. Llegaron cual partituras musicales los murmullos de chorlitos, teros pampas, becasinas y otras aves, frecuentadoras de la playa. Voznidos de coscorobas buscando sus parejas, chucheo de búho, chillidos de bandurrias en vuelo bajo y parpeos de patos, entremezclados con el croar de ranas y a lo lejos el tutear o ladrido de un zorro, recibiendo la respuesta de otro más al sur.

Rogelio, tal vez, había llegado por el viejo camino abandonado, entre sunchales, morenitas, cardos rusos, varias halófitas como jumes colorados, cachiyuyos, palo azul y yaguares Las aves, instintivamente, habrán captado su presencia, se habrán alborotado provocando revuelos inusitados.

El Universo se reflejaba en el inconmensurable manto marino y débiles chasquidos de las olas, cual látigo sacudido en el aire, besaban la fina y rubia arena, después de haber superado los árboles secos, asomados tímidamente tras años sumergidos en el agua, que bajó por efectos de la sequía.

_“Nadie nos pertenece…” _pensaba Rogelio_ La nada no existe. Allí está el Universo, infinito, menguando la importancia de la opulencia, la grandilocuencia del mediocre, el desconvencimiento de los rutinarios y la subordinación a los fundamentalismos.

Había aprendido que la vida era lo poco que le sobraba para la muerte y tenía el favor del entorno, “…salvo en el recuerdo”, probablemente, en un acuerdo de convivencia pacífica con el tiempo, sin persecuciones. Ante ese convenio usufructuó el momento a su favor y se dejó llevar por los recuerdos.

Voló, voló y voló, la mar lo saludó, las estrellas le hicieron guiños de amor. Para Rogelio la revolución ya había comenzado. Llegaron monstruos de carne con cerebros abyectos.

Todo su amor, su utopía y sus recuerdos quedaron sumergidos en el fondo de la Gran Mar, impelido cruelmente desde un avión en vuelo rasante, en oscuras noches, por los despiadados engendros.

Rogelio, “nadie nos pertenece… salvo en el recuerdo”. Nunca más, Rogelio.
Elder Omar Candusso
Taller: La narrativa: el cuento
Marzo 2009

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